jueves, 27 de diciembre de 2012

Pasión en Marrakech


 


(Fragmento de Pasión en Marrakech, novela ligera y entretenida, con un toque erótico que va elevando suavemente el tono a medida que el argumento avanza, permitiendo que el lector abra su mente a fantasías sexuales de fondo arabesco).


...cuando se estaba desabrochando el pantalón, golpearon con ímpetu la puerta. El susto disipó la libido de forma instantánea, lanzándola a miles de kilómetros de distancia. Nos levantamos de inmediato y, antes de que ninguno de los dos abriera la boca, oímos su voz. La de Rachid, sin duda.
       ¾¡Rápido, abre, Edurne! ¡Sé que Omar está ahí! ¡Hazlo por su propio bien!
 
Obedecí. Rachid se coló en mi alcoba con un hábil movimiento felino y cerró a sus espaldas. Omar no sé… pero yo me sentía como una colegiala a la que las monjas acababan de pillar dejándose meter mano. Me puse muy colorada.
        ¾¡Escóndete! ―me ordenó de inmediato.
        ¾¡Pero si ésta es mi habitación! ―protesté, contrariada.
        ¾¡Hazme caso! ¡Su mujer lo está buscando como loca! Está llamando a las puertas de todas las habitaciones. Soy el guía y no quiero líos de cuernos bajo mi supervisión ―añadió, con una firmeza muy convincente. Omar, nervioso, intercambió con él varias frases en árabe y siguió dando vueltas por el dormitorio, cual león enjaulado.


 
Llamaron a la puerta de nuevo. Me tiré al suelo y rodé bajo la cama. Menos mal que estaba muy delgada en esa época, porque el espacio entre el suelo y el catre era bastante reducido. Seguro que ahora me hubiese quedado atascada.
 

       ¾¿Omar? ¿Estás ahí, cielo? ―La inconfundible y temblorosa vocecilla de una Elena llorosa se me clavó en las sienes. No sé quién estaba más al borde del infarto: ella o yo. Sin perder la calma y con un aplomo sorprendente, Rachid abrió la puerta.
       ¾Aquí lo tienes, mujer. Que se ha equivocado de habitación. Como hay tan poca luz y todas son iguales ―mintió, con una delicadeza exquisita, eso sí.

        Desde mi escondite adiviné la escena con lástima. Ella dudaba y, aunque sólo podía verle los pies, la imaginé recorriendo con los ojos toda la estancia. Recordé que mis bragas habían volado por los aires y empecé a sudar. Me asaltaron terribles remordimientos de conciencia. Y por un leve intervalo de tiempo evoqué aquella horrible escena que tantas noches me mantuvo en vela: mi exmarido follándose a su secretaria en nuestro propio dormitorio conyugal. Maldito seas, Víctor, farfullé entre dientes. Aún me hervía la sangre al recordarlo.
        ¾Aquí estoy, cielo ―susurró Omar.
        ¾¿Pero de quién es esta habitación? ―interrogó la chica. Su voz sonó igual que la de una niña de ocho años preguntándole a su padre quiénes eran los Reyes Magos. Aunque sospechaba la verdad, prefería ser engañada.
        ¾¡Pues mía, mujer! ¡De quién va a ser! ―Se apresuró a corroborar Rachid, en un tono firme y seguro.
        ¾Estoy muy cansada, habibi, vámonos a dormir ―se lamentó ella.
        ¾Claro que sí, princesa ―murmuró Omar con suma cautela y sus babuchas empujaron con suavidad a las de Elena, arrastrándolas fuera de la habitación. Se cerró la puerta y la voz de mi polvo frustrado se fue alejando mientras mi corazón recuperaba el sosiego. Sólo quedaban unos pies ante mis ojos: los de Rachid y su inconfundible calzado deportivo. Visualicé mentalmente su figura cruzada de brazos, esperándome, y dudé entré salir o quedarme escondida para siempre haciéndome pequeñita, pequeñita, hasta desaparecer. Pero como esta última idea no parecía muy adulta, decidí dar la cara.
¾Voy a quejarme a la dirección del hotel porque creo que nadie limpia debajo de las camas ―dije, sacudiéndome la pelusilla del vestido, tratando de quitarle hierro al asunto. Tal y como sospechaba, el guía número dos estaba plantado en medio del cuarto, en la postura que imaginé, mirándome con dureza. Su pose de novio ofendido me ponía de los nervios.
        ¾Rachid, yo…, yo ―me sentía obligada a disculparme y no tenía muy claro por qué. Así es que me quedé muda, y paralizada. Igual que él. La tensión era tal que podía cortarse con unas tijeras―. ¡No sé qué decir!
Despegó los labios pero de su boca no salió ni un solo vocablo. Y los volvió a apretar. Su semblante lo decía todo. Ofuscado, con el orgullo herido de muerte, se dio la vuelta y abrió la puerta, aunque esta se quedó atrancada a mitad del recorrido, como si no quisiera dejarle salir. En el suelo había algo que la impedía deslizarse con normalidad. El guía número dos se agachó y, con el índice y el pulgar a modo de pinza, cogió el trozo de tela que se interponía en su camino. Eran mis braguitas. Me las tiró con rabia y salió dando un portazo. La prenda aterrizó en mi cara y de rebote en mis manos. Las piernas me temblaban tanto que me desplomé sobre la cama, lanzando un suspiro de alivio, con los ojos en blanco. Un agobiante calor incendiaba mis mejillas...
 
(Pasión en Marrakech será publicada en octubre, por Ediciones Tombooktu. Es mi segunda novela, mi tercer libro y la primera de mis obras que verá la luz). 
 



jueves, 6 de diciembre de 2012

Un cuento de hadas





Estoy trabajando en una nueva versión de mi libro Me separé, aunque le amaba demasiado. He aquí un adelanto:


¿Existe el Príncipe Azul? Yo creía que sí, cuando era una niña. Pensaba que el amor era mágico y que te conducía a la más absoluta de las plenitudes, la felicidad completa. Me imaginaba que él aparecería a lomos de su caballo blanco, me alzaría en volandas y me llevaría al país de nunca jamás donde un sinfín de maravillas insólitas, aún por descubrir, me esperaban. A partir de ese momento ya nada malo podría pasarme porque él estaría conmigo para siempre, protegiéndome de todo mal. Tan guapo, varonil y fuerte, dispuesto a salvarme de las miserias de la vida cotidiana y transportarme a un mundo mejor. Tan oficial y caballero a la vez… La que se atreva a afirmar que jamás soñó algo así que tire la primera piedra. Somos las mismas que ahora presumimos de independientes, decididas y autosuficientes. Hemos luchado sin tregua por la igualdad, para acceder a los mismos puestos que los hombres, tener las mismas oportunidades y jactarnos de ser capaces de salir adelante sin ellos. Muchas de nosotras, solteras o separadas, vivimos solas o con la única compañía de nuestros hijos, desenvolviéndonos en el día a día con admirable diligencia y soltura. Somos las mismas ingenuas adolescentes que suspiraban, hace veinte o treinta años, a la espera de su príncipe. Un príncipe que, dicho sea de paso, a más de una le salió rana. O por lo menos a mí me pasó.

Me llamo Susana y esta es la historia de un amor desatado, desesperado… una de esas pasiones irracionales que te arrastran a la locura de tal manera que no sabes cómo ni cuándo parar aunque seas consciente, muy en el fondo, de que debes hacerlo. Y es que algunas tenemos como un radar especial para atraer al varón mezquino, al egoísta, al delincuente, al adicto… Tantos miles de millones de hombres en el universo y caemos rendidas a los pies justo de aquel que menos nos conviene. No, si ya lo decía mi madre. Hija, si alguna vez montas una fábrica de sombreros, nacerán todos los niños sin cabeza… ¡Qué maja, ella!

Acostumbro a decir que en mi vida hubo un antes y un después de David. Él protagonizó algunos de los momentos más dichosos y algunos de los más amargos. Y para bien o para mal tenemos un vínculo ineludible: nuestro hijo. Le conocí un domingo por la noche. Allí estaba yo, embutida en unos leggins negros que cortaban la respiración, camiseta desteñida, botines terminados en punta, las uñas pintadas de negro, los labios marrón oscuro y el cabello encrespado. Terroríficamente gótica. Mi amiga y yo cruzábamos el semáforo, a la salida de una discoteca de ambiente siniestro. Y allí estaba él, cual espectro, al otro lado de la calle, con su camiseta de The Cult, vaqueros negros desgastados, muy ajustados, botas militares, pañuelo de calaveras atado alrededor de la cabeza a lo Ian Atsbury, cantante de The Cult, y arete en la oreja. Era guapo. Su extremada delgadez no le restaba belleza. Ni la exagerada blancura de su tez, en contraste con el cabello oscuro. Sus pupilas me fulminaron y… ¿qué hice yo? En efecto, lo has adivinado: sucumbir a su hechizo de inmediato.
 



¿Escritora en crisis?

Estoy en crisis, me digo a mí misma. ¿Por qué? Me pregunto, iniciando una especie de monólogo interno absurdo. Porque aún no he empezado la ...