lunes, 22 de septiembre de 2014

La Villa de Frexinius

 
 

Cuando alguien de mi entorno me oye nombrar a Frigiliana por primera vez me mira con extrañeza: “¿Frigiqué…?” Inquiere, con intriga. Entonces le explico que es el pueblo de mis padres, abuelos, bisabuelos y vete tú a saber cuántas generaciones más de mis antepasados. La segunda vez que ese mismo alguien me oye mencionar tan rebuscado nombre lo más probable es que me pregunte de nuevo: “¿Cómo has dicho que se llama…?” Y aún tardará algún tiempo en memorizarlo, porque hay que reconocer que el nombrecito se las trae (yo porque lo he interiorizado desde mi más tierna infancia, lo mismo que mis padres, tíos, primas y demás parientes, que sino…). Pero una vez que lo tenga asimilado jamás olvidará que: 1- Frigiliana está muy presente en mis conversaciones; 2- Forma parte de mi manera de entender la vida, de mi personalidad; y 3- La considero “mi pueblo”, aunque haya nacido en Barcelona.
 
 
Frigiliana es un municipio de Málaga (Andalucía, España) situado en la comarca de la Axarquía, entre la Sierra de Almijara y el Mediterráneo, a trescientos metros sobre el nivel del mar. Limita al norte con el municipio de Cómpeta, al oeste con Torrox, y al sudeste con Nerja. Vamos, que Frigiliana es de montaña, pero se encuentra a tan sólo seis kilómetros de las espléndidas playas nerjeñas.
 
 

Sus orígenes datan de una época en la que el hombre primitivo empezó a hacerse sedentario, después del Neolítico, hacia el año 3000 a.c. Hay evidencias que la ubican, casi con toda probabilidad, en la cultura de El Algar, presente en la mayoría de poblados del sudeste de la Península Ibérica en la Edad del Bronce.
 
 

Por ella pasaron fenicios y romanos, siendo estos últimos los que la denominaron Frexinius-ana (la villa de Frexinius) que derivó en la actual Frigiliana. O por lo menos esa es la versión oficial, según estudiosos del tema.
 
 

Aunque sin duda fueron los árabes los que más huella dejaron en este bello enclave. Además de su influencia arquitectónica, que resulta evidente, introdujeron importantes avances en la agricultura, creando un innovador sistema de regadío a base de acequias y albercas que ellos mismos construyeron y aún se conservan, y que permitió la introducción de nuevos cultivos, como la caña de azúcar.
 
 

De las cruentas batallas entre moros y cristianos que allí se libraron, son fieles testimonios los doce mosaicos de cerámica en los que se narran e ilustran episodios de la Rebelión de las Alpujarras tan insignes como la Batalla del Peñón de Frigiliana. Estos mosaicos recorren las paredes del Barrio Morisco y fueron colocados ahí en 1982, el mismo año en que se le concedió al municipio el Primer Premio de Embellecimiento de pueblos de España.
 
 

Desde hace unos años, además, se celebra en esta villa el Festival Frigiliana 3 Culturas, unas fiestas que no dejan a nadie indiferente, en las que se pretende homenajear a las tres culturas que han dejado huella en estas tierras: la musulmana, la hebrea y la cristiana. El Festival se compone de una serie de actos musicales, culturales, gastronómicos y de ocio que mantienen a sus asistentes ocupados día y noche en un enorme abanico de eventos a elegir, para todos los gustos.
 
 

A grandes rasgos, eso es Frigiliana.
Para mí, sin embargo, es mucho más. Aún estaba en el vientre materno cuando la visité por primera vez. Desde que vine al mundo, mis padres me llevaron hasta ella verano tras verano, durante toda mi infancia y adolescencia. Después empecé a visitarla por mi cuenta y sigo haciéndolo, no cada año, pero siempre que puedo.
 
 

Frigiliana huele a estío caluroso, a risa infantil, a chapuzón refrescante en la alberca. A romero y a tomillo en la sierra, donde cantan las chicharras, donde si subes muy arriba, puedes ver cabras monteses, mientras atrapas renacuajos en la acequia para luego volver a soltarlos. Frigiliana huele a alegría inmensa, a felicidad infinita, a risotada púber, a amor de verano. A jazmín y a geranio mientras paseas por sus calles, cuando se pone el sol. A dama de noche, cuando se asoma la luna. Frigiliana huele a uva, a vino dulce, a higos secos, a miel de caña, a salsa de almendras. A callejones empedrados y balcones repletos de macetas de colores, adornando sus blanquísimas paredes encaladas. A puertas abiertas, a mujeres tejiendo al fresco, cuchicheando…
A todo eso sabe, huele y suena Frigiliana.
 

 
 
El sábado, 4 de octubre de 2014, a las 18 horas, estaré presentando mi novela Pasión en Marrakech en la Casa del Apero (Frigiliana).
 
 

Nota:
Pili, no será lo mismo sin ti y tú lo sabes. Echaré a faltar tu apoyo incondicional, tu entusiasmo y tu risa contagiosa. Siento mucho no haberte podido firmar el libro. Lo siento en el alma. Y sé que estarás presente, de una forma o de otra, amiga mía. 





Fotografías: Antonio Ruiz Ruiz


      

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