sábado, 28 de febrero de 2015

Escritor, no hay camino, se hace camino al escribir




A veces me pregunto cómo sería mi vida si a los dieciocho años ya hubiese tenido claro que quería ser escritora. Sabía que lo que más me gustaba era escribir, además de dibujar y pintar. A mis padres no les parecía muy práctico, ni útil; ni lo uno, ni lo otro; y a mí el futuro se me antojaba como una enredada madeja de lana llena de nudos e incógnitas, que me veía incapaz de desenmarañar. Era una excelente estudiante, eso sí, y de lo más aplicada. Pero también una muchacha tímida, solitaria, introvertida, con un enorme mundo interior que superaba con creces al exterior. Me gustaban dos carreras: Bellas Artes y Periodismo. Supongo que lo expresé en voz alta, pero con la boca pequeña. Aún no había aprendido que nadie te regala nada y que debes luchar con ahínco para lograr lo que quieres. Aunque primero debes tener claro qué es. Me licencié en Psicología como hubiera podido hacerlo en Historia o en Sociología, por decir algo. Y he dado demasiados tumbos antes de comprender cuál era el camino que de verdad deseaba recorrer.





Mi primer libro nació de la desesperación, la angustia y el desamor. Tenía treinta y cuatro años, un matrimonio roto a mis espaldas, el corazón hecho añicos, la autoestima por los suelos, una montaña de deudas por pagar, una criatura que alimentar y un trabajo que apenas me daba para vivir cuando vomité Me separé, aunque le amaba demasiado.





Mi segundo libro nació de la ilusión, el renacer y la esperanza. Superados al fin los desaguisados de mi relación anterior, volví a enamorarme como una chiquilla de quince años. De esas renovadas ganas de vivir y de amar surgió mi primera novela: Los ojos de Saïd.






Mi tercer libro nació de la pasión, el deseo, la plenitud y la felicidad. Acababa de hacer un recorrido por Marruecos —con mi segundo marido, al que considero el hombre de mi vida—, durante el cual tuve la inspiración para escribir mi segunda novela: Pasión en Marrakech.





Cada una de mis obras ha emergido de una etapa de mi existencia, de un período de mi de evolución. Tal y como vivo, escribo; tal y como escribo, vivo. La escritura es mi pasión y mi obsesión. En casa, la mayor parte del tiempo, cuando no estoy escribiendo, mi conversación gira en torno a tal personaje o tal otro, o en torno a comentarios que mis lectores me hacen sobre Pasión en Marrakech o sobre Me separé, aunque le amaba demasiado, publicada recientemente.





Dicho lo dicho es posible que os preguntéis a partir de qué emoción o sentimiento nació la idea para la novela en la que trabajo en la actualidad. Pues en esta ocasión y por primera vez en la vida, ahora que ya tengo cuarenta y muchos años, siento que la explosión creativa que estoy experimentando no tiene nada que ver con lo que me ha pasado o ha dejado de pasar. La inspiración la tuve hace mucho tiempo, tirando del hilo de una anécdota que alguien me contó. Eso solo fue la puntita del iceberg. El resto emerge a diario en mi imaginación y está resultando un proceso tan maravilloso y enriquecedor que no sé ni cómo describirlo. También es laborioso, porque esta vez he tenido que documentarme a conciencia para situarme en la época en la que sucedieron los hechos. Y resulta que cuanto más me informo, más interés despierta en mí el tema que estoy investigando. Disfruto haciéndolo. 

Por lo tanto, ¿de qué sirve ahora lamentarse por no haber hecho esto hace veinte o treinta años? Cada circunstancia tiene su tiempo y lugar. Las cosas suceden como suceden por alguna razón. Y quizá mi destino era atravesar todas esas etapas de oscuridad, dudas, desazón y desasosiego antes de encontrar el equilibrio. Antes de alcanzar la anhelada madurez como mujer, como persona y como escritora. 










¿Escritora en crisis?

Estoy en crisis, me digo a mí misma. ¿Por qué? Me pregunto, iniciando una especie de monólogo interno absurdo. Porque aún no he empezado la ...